Ya se ha dicho mucho sin decir nada, de este ‘Ultrashow’. Y de Miguel Noguera. Y es que por mucho que lo intenten no podrán ponerle etiquetas a “eso” que él hace. No hay definición posible. No es teatro, no hace chistes ni monólogos, desde luego no canta (canturrea algo, pero eso no se sabe muy bien que es) ni baila. Parece que improvisa, pero tampoco demasiado. En su cabeza, en cuyo interior sabe Dios qué habrá, parece estar todo bien estructurado. No es un provocador, apenas un agitador, no lo sé… Renuncio a intentar clasificarlo. Habla y habla. No para, pero tampoco es un portento de locuacidad verbal ni de vehemencia. Ni un gran narrador. Estrambótico, eso sí. No intenta convencer a nadie de nada ni ser bueno, destacar en algo. Pero resulta simpático y, sobretodo, cercano. Su ‘Ultrashow’ es de andar por casa. En chanclas (avarcas menorquinas para la ocasión), con pantalón corto vaquero y camiseta. Y a charlar. Eso es todo en apariencia. Con cierta lucidez absurda, con algo de charlatán caradura, con muchas tablas para estar a pelo y sin más recursos en escena que el ingenio surrealista entre manos… y poco más. Complicidad, picaresca e ideas. Eso es lo que propone. Algunas delirantes, breves y gamberras. Otras casi son cuentos. Las hay que parecen un chiste, pero él se encarga de reventarlo o mal contarlo. E incluso tuvimos la suerte de contar con la inestimable colaboración del viento, que le tiró por encima la pantalla y nos procuró uno de los “gags” más auténticos, por real i imprevisto, de la noche, dando la oportunidad a Miguel Noguera de demostrar que sí sabe improvisar y ser cómico, pero que no quiere, que no es su papel, que el solo hace lo que hace, y los adjetivos los ponen los demás.
Sé que no he dicho mucho, pero es que no hay mucho que decir. Pasen y vean, en todo caso. Pasen y escuchen, porque van a flipar. Se lo aseguro, aunque aún no sé porqué.
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