Truman

Truman no es apta para sentimentales con lacrimales caudalosos. Corren peligro de deshidratación. Ni con Isabel Coixet se corren tantos riesgos emocionales. Pero con la ventaja de que Cesc Gay es un magnífico guionista, un certero retratista, un orfebre a la hora de establecer relaciones entre los personajes; alérgico a los sentimentalismos exhibicionistas y más atento a los detalles íntimos, al gesto sutil, a las miradas, que a las frases grandilocuentes y a los efectismos que exprimen las emociones epidérmicas en detrimento  de la autenticidad; esa que no se mira, se siente. Y claro, si además cuenta con Ricardo Darín y Javier Cámara al frente del reparto, pues el espectador pasa a formar parte de esa despedida múltiple, que nos conmoverá sin afectaciones innecesarias, simplemente porque la identificación con un personaje u otro es inevitable. Inmediata. Mantenerse al margen es imposible. No dejarse seducir hasta por la mirada tierna y abatida del perro exigiría un esfuerzo absurdo. Hay que dejarse llevar por la empatía que destilan los diferentes roles, posicionarse – pues hay conflicto y se invita a la reflexión- y disfrutar de esta triste sinfonía sentimental, que incluye todas las variantes posibles de estima: desde el amor a la lealtad, del sexo a la abnegación amistosa, desde la nostalgia al dolor de la ausencia y el miedo al adiós. Truman es hermosamente dolorosa. Tristemente feliz.

A todo ello hay que sumar las colaboraciones, casi cameos, de algunos de los mejores actores del panorama español, que con sus apariciones mínimas vienen a confirmar que Gay es ese director con el que todos quieren trabajar, aunque sea figurar, como ocurre con Woody Allen en los USA. Y es que, aunque menos guasón, la comparación no es gratuita. Al neoyorquino le debe encantar el trabajo del catalán y viceversa, estoy seguro.