No soy especialmente fan de los productos Marvel ni del cine de superhéroes en general, lo cual no quiere decir que sean malas películas, que las hay, sino que se trata de un género que no me apasiona. También las hay magníficas, debo decir, pero prefiero los conflictos mundanos entre humanos, que entre dioses exiliados y resentidos o criaturas surgidas del averno o de oscuras ultradimensiones. Me cansa la estridencia mitológica y su atronadora pirotecnia, y cobra sentido en mi percepción la máxima “vista una vistas todas”. ¡Qué se le va a hacer! Pero mira por donde me han gustado los dos últimos “spider-man” que he visto, precisamente por salirse del molde. Uno por “animarse” y ofrecer un multiuniverso diferente y frenético, original y muy entretenido; y la que hoy nos ocupa por humanizarse. Sí, por hacer fantasía terráquea y moderna, solucionada a base de imaginación tecnológica, que al fin y al cabo hace posible el argumento dentro de los ilimitados límites de lo imposible que ofrece el cine. Y así el juego es cosa de mortales con grandes y millonarios recursos. Herederos de Iron-Man con pérfidas intenciones que se enfrentan a un superhéroe de segunda (Peter Parker dixit), adolescente y con las hormonas al galope. Es decir, que prefiere su viaje de estudios a salvar el mundo. Y así nos hallamos ante una explosiva comedia de acción fantástica en un marco de creíble irrealidad, donde podemos identificarnos, casi empatizar con los personajes porque, al fin y al cabo, son humanos con preocupaciones e instintos humanos, aunque unos vuelen y otros tengan cosquilleos arácnidos que les convierten en vulnerables superhéroes a la postre invencibles.
Por cierto, no abandonen la sala en estampida o se perderán un final más relevante de lo que imaginan. Tengan un poco de paciencia, las letras no queman.
Els vostres comentaris