Hacía tiempo que no veía una película tan intrascendente, previsible, básica y ligera. Y con esto no quiero decir que sea necesariamente mala, aunque muy buena no es, sino simplemente que es intrascendente, previsible, básica y ligera. Es decir, un entretenimiento del todo irrelevante, con un leve y nostálgico aroma de trasnochado vodevil, y diseñado con maña para ser consumido y olvidado casi a la vez. Y entonces por qué ir a verlo, se preguntará más de uno. Pues usted sabrá cuáles son sus criterios, pero yo los míos los tengo claros e irrenunciables, y en este caso con nombres y apellidos: Diane Keaton y Susan Sarandon. Una debilidad personal como otra cualquiera que me lleva a ver películas como la presente. Y aún diré más, sin arrepentirme. Y sí, Richard Gere también tiene su carisma, no voy a negarlo, pero no está entre mis adicciones.
Poca cosa más puede destacarse de esta comedia romántica al uso, que podría haberse convertido, y a ratos lo pretende sin demasiada insistencia y escasa eficacia, en una reflexión sobre lo complicado de envejecer en pareja, de mantener la pasión, de reconocer el amor y diferenciarlo de la cariñosa rutina y la amable convivencia, pero que acaba cediendo el protagonismo a la consabida ñoñería del puede besar a la novia, que parecía peligrar en las primeras curvas, pero que todos sabíamos que llegaría. Y llega. Sin sorpresas. Sin más. Fin.
Dirección: Michael Jacobs
Intérpretes: Emma Roberts, Luke Bracey, Richard Gere, Susan Sarandon, Diane Keaton, William H. Macy.
Javier Matesanz
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