A Próximamente, últimos días le encajaría que ni pintada la canción Resistiré del Dúo dinámico, que con muy buen criterio estético-musical no ha sido incluida en la banda sonora por su director Miguel Eek. Pero de eso se trata, de una historia de resistencia, de amor incondicional y tozudo por el séptimo arte, que ha llevado a un grupo de personas a entregarse honesta y desesperadamente a la tarea de salvar un cine que es más que un cine: el CineCiutat. Cuatro salas, cuatro islas independientes en versión original en medio del océano mainstream, que se han convertido en icono cultural y social, pues son un caso único de cine cooperativo, colaborativo. Los espectadores no bastan. Se necesitan socios, soñadores, mecenas, amigos, que no se resignen a la estridencia del fast food & furious fílmico.
Eek prefiere centrarse en la intrahistoria. La que se desarrolla en la sala de máquinas de una fábrica de sueños pequeña, precaria, pero que pese a sus continuos achaques funciona a pleno rendimiento. Lo que en este caso equivale a sobrevivir. Las ilusiones y los desmayos de auténticos héroes anónimos, que mantienen en marcha cuatro proyectores, algunos de ellos en edad de jubilación, y lo hacen temiendo que llegue el martes de cada semana con nuevas sorpresas en forma de avería o defunción técnica, que inhabiliten parcialmente los sueños colectivos y mermen un optimismo que deriva hacia la utopía. Y es en este contexto donde Eek ha infiltrado su cámara, indiscreta y pudorosa, siempre respetuosa, para tomarle el pulso a la lucha intestina del equipo hacedor. Su día a día sin adulterar. Cinéma vérité. Con decepciones, desencuentros, dudas, sesiones de relajación terapéutica colectiva, emociones compartidas, gabinetes de crisis y hasta comedia desesperada en situaciones límite. Mejor reír que llorar.
Próximamente, últimos días es un documental, sí. Una crónica. Pero también una película romántica, porque el CineCiutat es su gente, y este film su historia de amor.
Javier Matesanz
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