Sospecho que Denis Villeneuve será siempre ‘el director de Incendies‘, una etiqueta que da prestigio pero que también situa el listón de su filmografía a una altura difícilmente franqueable. No se trata de comparar aquel drama portentoso con Prisioneros – la primera es una obra redonda y ésta un ‘simple’ thriller de primera división -, pero sí se detectan temas y texturas comunes. Para empezar, la familia como eje de la historia, en conflicto y buscando una verdad. La religión, de nuevo presente, en los ambientes y subtramas y, por supuesto, la violencia, en crudo.
Pero lo más identificable del sello del autor está en la atmósfera, opresiva y enfermiza, creada a base de luces tenues, de espacios opresivos – desde un sótano a una caravana -, pensada para sublimar una trama que ya de por sí contiene elevadísimas dosis de mal rollo.
Estamos ante un guión denso, complejo, que desde que se activa la bomba inicial – la desaparición de dos niñas mientras juegan en la calle – no cesa de girar sobre sí misma y de abrir nuevas puertas para que unos personajes bien construidos se enfrenten al dilema de traspasarlas o no. Entre estos destaca el padre de una de las criaturas ausentes (Hugh Jackman), que vehicula la rabia, y también la fe, mientras toma decisiones que quizá no tengan vuelta atrás y que ponen en solfa los límites de la justicia. Mucho menos vehemente, pero tal vez más interesante es el detective encargado del caso (Jake Gyllenhaal). Nada sabemos de su vida y tampoco porque porqué trabaja prácticamente en solitario, pero su interpretación, todo un ejercicio de contención, resulta creíble, y a ratos intensa.
Más allá de todos esos elementos genuinamente fílmicos, y del ritmo – bien pautado – me gusta como trata la cinta la incapacidad (Paul Dano está sembrado), la locura – ya sea estructural o pasajera – y otros asuntos en teoría menos graves como la culpa, la hipocresía y el instinto de protección.
Es cierto que cojea alguna de las subtramas (la del cura y su ‘amigo del sótano no se acaba de cerrar) y que el personaje de la Maria Bello tiene mucho más recorrido que el que se le concede, pero el conjunto es más que apreciable y el final una delicia.
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