Hay un tipo de cine concebido indisimuladamente para entretener. Esas son sus aspiraciones y como tal debe analizarse y juzgarse. Pero entretener no es una pretensión fácil. También entraña dificultades creativas que hay que contrarrestar con ritmo, intriga, carisma y otras tantas virtudes que no basta con incluir a modo de ingredientes si después no se cocinan adecuadamente o, simplemente, no maridan bien para conseguir un producto satisfactorio. Y eso es lo que nos ha servido Guy Ritchie en Operación Fortune. Una receta que aspiraba a ser alta cocina popular y es poco más que un sucedáneo. Y es que dejando atrás el símil culinario, la película no es sino otro quiero y no puedo más que se mira, por ejemplo, en la franquicia de Misión Imposible, que ya de por sí está bastante desgastada. Y me dirán que no es la primera vez que el director afronta películas de acción y violencia con inesperados quiebros argumentales, y que en más de una ocasión el saldo ha sido positivo. Cierto. Pero es que a Ritchie se le dan mejor los ambientes barriobajeros y los matones de medio pelo que el glamour a lo Ocean’s Eleven, y por eso sus mejores títulos siguen siendo las iniciáticas Lock & Stock y Snatch. Cerdos y diamantes, a las que, con permiso de las muy eficaces incursiones en el universo Sherlock Holmes, solo es comparable la más reciente The gentlemen, que apenas abandona los suburbios en pos de una sofisticación de lo más postiza y garrula, y que acaba siendo su mejor arma.
Como en esta última película, un paródico Hugh Grant vuelve a ser lo mejor de una función bastante previsible y de inercia algo acartonada, cuyo interés se va diluyendo hasta reducirse a la anécdota. Al final, nada importa demasiado, e incluso el desenlace se dispersa en diferentes acciones para atar cabos y cerrar. Pero para entonces ya poco importa, porque quedan pocos minutos para olvidar tan irrelevante film.
Director: Guy Ritchie
Intérpretes: Jason Statham, Aubrey Plaza, Josh Hartnett, Cary Elwes, Hugh Grant.
Javier Matesanz
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