Tierna, divertida, dramática, crítica y hasta intrigante, porque uno no sabe nunca cómo puede acabar ese disparate familiar que solo damos por cierto porque nos lo han asegurado. Y aún así dudamos, pues esa mujer, Julita, rivalizando en carisma popular con la Carmina de Paco León, merece una novela, ya sea biográfica o de ficción.
La película no tiene desperdicio, y aunque no deja de ser una cinta familiar, atesora mucha sabiduría cinematográfica por parte de Gustavo Salmerón, que sabe dosificar, ordenar, estructurar y sintetizar más de una década de material para convertirlo en un álbum de recuerdos que nos seduce a todos y cautivaría a creadores como el gran Fellini, a Wes Anderson o a García Berlanga, cuya Escopeta Nacional, mira por donde, ha encontrado una inesperada y anacrónica continuación en clave documental. Formidable hallazgo.
Créanme que Muchos hijos, un mono y un castillo es mucho más que un capricho personal. Es la constatación de que todos escondemos grandes historias, y que el costumbrismo es una fuente inagotable de personajes inigualables, que no proceden de tierras lejanas ni se gestan en las entrañas de la fantasía, sino en lo cotidiano, lo doméstico, lo íntimo, lo nuestro. Solo búsquenlos, quizá tengan en su casa una magnífica película que merece ser contada.
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