Jim Jarmush preferiría abandonar el planeta antes que ser o parecer normal; antes de rodar una película convencional. Y le faltaba hacer una de zombis que, desde luego, no es otra de zombis; del mismo modo que Sólo los amantes sobreviven no fue otra de vampiros ni Ghost dog otra de samuráis. Los muertos no mueren es muchas cosas menos rutina de género. Entre ellas, una auténtica tontería, pero llena de sentido, de intención, de crítica, de denuncia y de amor y homenajes al cine, que no es poco. Sólo su reparto es ya una oda al talento singular fílmico y musical (Bill Murray, Tilda Swinton, Iggy Pop, Tom Waits…). Es un disparate con tantas lecturas que podría dar para tantas críticas sesudas como espectadores tenga, aunque mucho me temo que no serán demasiados. Es una de esas películas que no encajan en los gustos comunes, y que aun acabando como título de culto, o al menos como recomendación innegociable para fans de…, al final es poca la gente que se deja seducir por una visión tan y tan extravagante del cine y todo aquello que lo rodea, que es todo, que somos todos.
A un ritmo deliberadamente lento, sin apenas acción, aunque haya sangre a borbotones y casquería para dar y regalar, la cinta argumenta el apocalipsis zombi con el descarrilamiento del planeta, que se sale de su eje por culpa de un fracking polar. O sea, a causa de la capitalista destrucción humana del medioambiente y de todo cuanto nos rodea, por lo que acabamos comiéndonos los unos a los otros, ya que somos lo peor. Y de paso, para divertirnos nos regala guiños a Nosferatu, Star Wars, Kill Bill, Psicosis, al cine de Romero, por supuesto, y hasta un demencial giro metacinematográfico, mientras los zombis incluso sonríen, dicen algunas palabritas, buscan cobertura en sus móviles y los más jóvenes hasta compran chuches.
Javier Matesanz
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