Pocos spin off están a la altura de la matriz, del mismo modo que ocurre con secuelas, precuelas y contracuelas. Es lógico, son productos nacidos de la necesidad o la avaricia, no de un proceso creativo auténtico, que surge de una idea original o de un soplo de inspiración que impulsa la imaginación. Y por ello los sucedáneos, sean bastardos o descendientes legítimos de un éxito, suelen ser más forzados, artificiales, acartonados o simplemente burdos refritos cocinados para la inercia consumista del fast food menos exigente. Los minions no llegan a cotas tan bajas, por fortuna, pero no por méritos de producción ni por el guion, que vive de una sola idea desarrollada a trompicones, sino porque los personajes son un encanto. Todo un descubrimiento de la película original Gru, mi villano favorito, que en si misma fue una simpática sorpresa de la Universal animada. Ciertamente merecían más protagonismo, aunque también un poquito más de cariño y dedicación, y no solo un apaño argumetal para lanzarlos a la pantalla a lucir sus entrañables gracias de adorables y sádicas pildorillas amarillas capaces de los mayores disparates con la más amable de las sonrisas. Y luego pasa lo que pasa, que la cosa se queda en producto veraniego de uso, disfrute y olvido inmediato. Resuelto además por la vía rápida que, en materia de animación, suele consistir en las consabidas referencias (homenajes, les llaman algunos) a otras películas y las cancioncillas de rigor, que cubren metraje y se dan por buenas casi por definición. Así podemos rastrear a Forrest Gump (los Minions con Nixon, con los Beatles, con la Reina Madre), a Godzilla, a James Bond y tantos otros guiños, que espesan pero no condimentan lo suficiente una película más sosa que ligera, y que nos seduce a ratos como entretenimiento bobalicón y bienintencionado, arrancándonos algunas sonrisas de improviso, pero poco más.
Javier Matesanz
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