Looper
Terminator, Doce monos, Blade runner, La profecía, Minority report o más recientemente la prescindible Deja vu... Looper contiene elementos de todas ellas y también de la literatura fantástica, de Asimov a Borges, pasando por H.G Wells. Ficciones, fantasías aparentemente imposibles, que se hacen preguntas profundas sobre la condición humana, los límites éticos o el futuro que nos espera si manejamos ‘mal’ los avances tecnológicos. Rian Jonson (Brick) nos propone viajar en el tiempo y hacerlo en dos dimensiones, saltar a un futuro próximo dónde unos eficaces sicarios se encargan de eliminar a hombres que vienen de un futuro algo más lejano – en el que se supone que la medicina forense es tan eficaz que no se puede matar y quedar impune -. Con esa base argumental, lo habitual hubiese sido cargar las tintas en los efectos especiales y una acción trepidante. Y, obviamente, hay tiros, persecuciones y trucos visuales, pero sobre todo un planteamiento filosófico que arranca en el momento en que nuestro protagonista – el certero Joseph Gordon-Levitt – recibe el encargo de liquidarse a él mismo (o a lo que sería él dentro de treinta años y con la cara de Bruce Willis). Una disyuntiva moral – – cumplir el deber o darse una oportunidad pretérita de vivir y amar – que convive con otra de no menos enjundia para el espectador (que no vamos a destripar para no liaros más) y que también tiene que ver con las dudas razonables de si podemos/debemos cambiar el destino y las consecuencias que ello conlleva.
Me parece interesante, fascinante a ratos, cómo se combina esa violencia que requiere la trama con el existencialismo que mueve la historia; me sorprenden gratamente los apuntes socioeconómicos, a veces sutiles, metafóricos, y otras casi cómicos que acompañan el drama central, me gusta cómo retrata un mundo deshumanizado que no es tan distante del actual y me conmueve la interpretación de Emily Blunt y del niño que interpreta a su hijo.
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