No me creo ni una sola de las muchas historias que Sánchez-Arévalo desarrolla en La gran familia española (quizá un homenaje -fallido – a La gran familia, el clásico de los 60). Ni la de los chavales que se casan con 18 años, ni el amor en secreto de la hermana melliza de la novia, ni el desenlace de ese embrollo a tres bandas, ni tampoco la evolución del otro triángulo de la película – Miguel Fernández, Quim Gutiérrez y Verónica Echegui -, ni, por supuesto, el rocambolesco – y presuntamente romántico – relato sobre la madre de los cinco hermanos protagonistas… y podría continuar.
Todo es postizo, forzado, artificial, inverosímil al fin y al cabo en esta tragicomedia sobre una familia reunida por la boda del pequeño de los vástagos justo el día que la selección española de fútbol juega la final del Mundial de Sudáfrica. La trama avanza a trompicones, intercalando géneros y tonos de manera caótica, arrítmica, atropellada en ocasiones: un chiste aquí, un gag descontextualizado allá, personajes que va apareciendo sin criterio alguno (el de Raúl Arévalo o el de la ‘prima’ por ejemplo)… y ahora un intento de hacerte reír (el único que lo consigue es Roberto Álamo en el papel de discapacitado) y de pronto un ‘me pongo dramático’, y por el medio un ‘me dejo llevar por lo cursi’.
Me da la impresión de que el director de la notable Azuloscurocasinegro ha metido en una coctelera todo lo que se le ha podido ocurrir sobre una familia pretendidamente atípica (empezando por los nombres bíblicos de los hijos, remedo de Siete novias para siete hermanos) , lo ha agitado y nos lo ha servido con un lazo que pone ‘mirad que arriesgado soy’. Primos, su anterior film, ya me pareció un inconsistente catálogo de situaciones absurdas. Esta sigue esa línea, con el agravante de que encima es pretenciosa.
Por cierto, la Academia la ha preseleccionado para la carrera a los Oscars; otro síntoma del mal momento por el que atraviesa el cine español comercial.
Discrepo, aunque no demasiado, del insigne Gallego. Buena no es, pero tampoco tan mala. Sus cosillas sí tiene. Vamos, pienso yo, y así lo digo:
Después de la tontorrona “Primos”, daba algo de miedo pensar que pasaría con “La gran familia española”. La nueva comedia coral de Daniel Sánchez Arévalo, que junta a una familia del todo disfuncional en torno a una boda nada convencional, que coincide además con la final del Mundial de Sudáfrica. La del gol de Iniesta y España oè, oè… Mala pinta a priori. Pero a posteriori tampoco está tan mal. Es muy irregular. Mucho. Algunas historias -es una mezcla de muchas y de encuentros y desencuentros- son directamente malas y prescindibles. Otras son típicas y resultonas. Y un par de ellas, las de los personajes más conseguidos o simpáticamente estereotipados, son realmente divertidas. Y un poquito tiernas. No es muy original, pero el director se esfuerza en que no sea rutinaria, y eso hay que valorarlo. Habría que preguntarle si ha leído “Abierto toda la noche” de David Trueba. Yo creo que sí.