Una topógrafa recién separada, una hija adolescente con problemas y gran talento para el esgrima, un ex infiel, inmaduro y persistente, un proyecto profesional con serias deficiencias legales, y otro inmobiliario con la especulación como incentivo y la corrupción como punto de partida. Estimulantes ingredientes para una comedia triste, amarga y crítica, que opta por la denuncia social con vocación mística y en un tono tan ingenuo que resulta casi naif. Podría haber sido espléndida y solo es curiosa. Podría haber sido corrosiva y delirante, y acaba por ser sosa y tontorrona. Sin garra. Lástima.
La gracia de Lucía es un cúmulo de ideas e intenciones deslavazadas que no acaban de conectar con el público y se diluyen en una especie de mosaico impreciso del que se desprenden teselas que no acaban de encajar. Ocurrencias y personajes esbozados y nunca bien perfilados en un guión vago y desdibujado. Y al final el conjunto, mal cosido y titubeante, aburre porque no sacude, no indigna, no emociona y no divierte. O al menos no lo suficiente en ninguna de las facetas. Aunque resulta convincente la protagonista, Alba Rohrwacher, dispersa y enajenada en su justa medida. Sobrepasada por esas apariciones marianas que son la curiosa manera escogida por el film para denunciar la especulación inmobiliaria. Y digo curiosa porque pese a todo la cinta es cualquier cosa menos una película religiosa. La virgen es, literalmente, un personaje más. Eso sí, infrecuente en tramas de esta índole, y sin duda lo más sugerente y destacable, atribuyéndole a la madre de Dios facultades hasta ahora impensables. Y seguramente irreverentes, aunque graciosas.
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