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Jaime Rosales: “Es pretencioso considerarse un artista”

Jaime Rosales: “Es pretencioso considerarse un artista”

El cineasta catalán Jaime Rosales es, desde que irrumpiera con “Las horas del día” (2003) y sobretodo con la multipremiada “La soledad” (2007), el máximo representante español de lo que él mismo define como “cine moderno”, en contraposición a los convencionalismos narrativos más clásicos del cine comercial, y escapando también al concepto de cine de autor, que él considera “mucho más confuso, por cuanto de un modo u otro todos los directores ostentan esa condición”. Su cine despierta más el interés de la crítica y del público popularmente considerado como “cinéfilo”, que rehuye las modas y prescinde de blockbusters en su dieta fílmica, que no en el consumidor de películas entendidas como fuente de entretenimiento, aunque ello no sea óbice para considerarlas mejores ni peores, según advierte el mismo Rosales. Simplemente son propuestas diferentes. Distintas maneras de entender y hacer cine. Veamos pues cómo y por qué Jaime Rosales hace lo que hace.

 ¿A usted le interesa el cine de formas narrativas más clásicas?

Me encanta. No todo, obviamente, pero yo no rechazo en absoluto las formas tradicionales de contar historias. Lo único que ocurre es que a mi me interesa utilizar otras.

¿Cómo consigue levantar sus proyectos, que se mueven siempre al margen de los circuitos comerciales? ¿Cómo y donde encuentra financiación para producirlos?

Yo no he inventado nada, en este país, por lo menos hasta ahora, había unos canales específicos para líneas de creación más experimentales, no sujetas a las exigencias del mercado y demás. Si no fuera así, no existirían no ya los cineastas que optan por cine como el mío, sino tampoco géneros menos populares como el documental, por ejemplo. Esas partidas presupuestarias o las subvenciones a este tipo de cine siempre han estado ahí. Al menos hasta ahora, insisto.

 ¿Y qué pasará ahora, entonces?

Yo por mi parte, para el próximo proyecto, y sin renunciar a ninguna línea de ayudas oficiales a las que pueda optar y si es que se mantienen, intentaré encontrar un mecenazgo, que sinceramente creo que es el camino por el que pasa el futuro del arte habida cuenta del escenario que vive la cultura. Y será duro, pero sinceramente pienso que lo fácil de conseguir no vale la pena.

 ¿Consideras el cine como una de las artes?

No me gusta decirlo así, porque eso conlleva la pretensión de ser un artista. El cine no sé exactamente lo que es. Es cualquier cosa. Cabe todo. Pero está claro que hay un mensaje y una expresión artística, y depende de lo que hagas es una cosa u otra. Mensaje o arte. Y a mi me gusta el punto de intersección entre ambas. Entre la dimensión narrativa y la plástica. El equilibrio es lo que me interesa.

En el caso de “Sueño y silencio”, que es el film que ha venido a presentar a Mallorca en los nuevos Cine Ciutat, la plástica incluye también la pintura, pues a colaborado con Miquel Barceló.

Sí, efectivamente. El prólogo y el epílogo consisten en el proceso creativo de dos pinturas de Barceló, que con dos técnicas pictóricas diferentes representan dos mitos de raíz cristiana: el sacrificio de Abraham y el Calvario, enraizando así con las pretensiones de la película, ya que esta pretende reflexionar sobre las emociones frente la pérdida de un ser querido. De cómo esto trastorna las emociones de una familia y como afecta a cada uno individualmente. Y a partir de un hecho tan dramático, se apunta la posibilidad de algo más. Una experiencia trascendente y espiritual a través del dolor. Una búsqueda de la espiritualidad en situaciones desesperadas. Las dos pinturas de Barceló representan muy bien estos dos extremos, y así abren y cierran el film.

 Fiel a sus pautas creativas, “Sueño y silencio” tampoco es un relato convencional.

No. La película se rodó en 35 mm, en blanco y negro y en tomas únicas. Sin montaje interno en cada secuencia. Además se hizo con actores naturales, seleccionados por su interés personal y su carisma íntimo en un cásting muy largo. Sin guión. Solo con algunas pautas de contenido y sin ensayos. Les decía de qué iba la secuencia que íbamos a rodar y ellos improvisaban en función de sus propias experiencias y vivencias personales y emocionales. De este modo conseguíamos entrar en los parámetros de la ficción sin abandonar los del documental. Y con todo ello lo que se pretende es que, aun siendo una historia ficticia, los espectadores entren en el ritmo realista del relato y compartan las emociones de los personajes-actores como si fueran propias. Huyendo así de la artificiosidad de una invención, aunque en parte lo sea.

 ¿Fue usted el primer sorprendido con los premios Goya que ganó “La soledad”?

Lo cierto es que sí, pero lo atribuyo a la casualidad más que a la calidad de la película, que no era mejor ni peor que las de otros autores que hacen el mismo cine moderno que yo. Guerín o Isaki Lacuesta, por mencionar solo algunos, podrían haberlo conseguido igualmente con sus espléndidos trabajos, pero el mío coincidió con el año en que la Academia tuvo la necesidad de acogerse a la modernidad y decidió abrirse a otro cine que no fuera el clásico de formas tradicionales, y reconocer así otro tipo de narrativa. Tuve la suerte de estar en el momento oportuno en el lugar adecuado.

 

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