Se ha dicho ya por activa y pasiva, pero es que resulta inevitable no señalar, tras el formidable paréntesis caribeño que supuso El rey de la Habana, que algo hay de Pa negre en Incerta glòria. Y así parece querer reconocerlo Agustí Villaronga – tal vez para acallar las comparaciones con la asunción inmediata-, arrancando su poderoso drama con la efímera pero letal presencia de un inquietante Roger Casamajor, eje trágico, y también incierto y sin gloria, de aquel ejercicio de rotundidad dramática en contexto bélico que conmocionó al público y convenció a los académicos del cine español.
La guerra civil vuelve a ser la excusa, no el tema de Incerta glória; el escenario de un cóctel enfermizo y amargo, deprimente y doloroso, de pasiones, traiciones, amistades, envidias y ambiciones de personajes desesperados, víctimas de sus emociones, de sus impulsos, de su conciencia. Pero donde entonces buscó intriga deprimente y amargo suspense, Villaronga incide ahora en la intensidad psicológica y la desesperación anímica, evitando las sorpresas y apelando a la rotundidad. Sin ambages ni edulcorantes. Y el cineasta es un maestro en el terreno de la sinrazón, donde se imponen los instintos y el drama bascula entre la venganza y el sinsentido, sin más justificación que la inercia existencial y animal, la de la supervivencia o todo lo contrario, la de la muerte, tanto propia como ajena. Y por eso el film crece con la Carlana, esa “mujer araña” que una enorme Núria Prims ha convertido ya en un pérfido clásico prematuro en lo que a madres coraje se refiere; o el excéntrico Juli, sin duda el mejor personaje del film, el empático a nuestro pesar, en manos de un hipnótico Oriol Pla, trasunto catalán de Michael Fassbender.
Otro trabajo notable en el casillero del director mallorquín, aunque para disfrutarlo haya que sobrevivir al infausto doblaje castellano.
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