El hombre del norte es absolutamente sobrecogedora. De principio a fin. Sin descanso ni paréntesis alguno para recuperar el aliento. La película es de una hermosa brutalidad, que consigue hipnotizar y resultar fascinante sin dejar de ser sucia, bizarra, sangrienta y cruel. Es una versión vikinga de Hamlet, que consigue aunar la letra shakespeariana, sin que chirríe su lírica, con la épica más rotunda y salvaje, sin que deje de ser bella. Un espectáculo inesperado tan emotivo como demoledor. A ver quién olvida el final a las puertas de Hel.
Es difícil catalogar este film. Lo sencillo sería hablar de cine de aventuras, pasado por el tamiz de la atrocidad vikinga, y aprovechando el lenguaje visual universalmente asimilado tras los entronizados juegos del fenómeno televisivo, pero nos quedaríamos muy muy cortos. De hecho, sería muy injusto para con el ambicioso proyecto del hasta ahora austero Robert Eggers que, sin abandonar territorios pretéritos, donde parece sentirse más cómodo, ha sacado todo su arsenal formal y narrativo para afrontar su primera superproducción, que invierte cada céntimo en cine y evita todos y cada uno de los clichés habituales del blockbuster. El guión es formidable, el tratamiento dramático de los personajes dista mucho de los consabidos arquetipos, y más de uno nos dejará boquiabiertos, y el mestizaje entre el género romántico (amor), el drama familiar (traición) y el cine de acción (venganza) es de aplaudir hasta decir basta.
Javier Matesanz
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