Parece ser que Michael Bay, el padre del exceso y del caos cinematográfico, ha querido aligerar su filmografía y rebajar la artificiosa exhuberancia de su megalómana violencia buscando unos personajes algo más comunes, como de carne y hueso, aunque metabolizados e hipervitaminados, con los que el espectador se pueda identificar. Y lo ha hecho por la vía de la sátira -casi parodia bufonesca de su habitual cine de acción-, que subyace en el fondo de un relato que le concede algo más de protagonismo a los diálogos –aunque malos- y a las relaciones personales –aunque estereotipadas-. Un buen intento con pésimos resultados, porque no basta con intentarlo, hay que saber hacerlo. Y Bay no sabe. Es un narrador pésimo, que se ha hecho grande coreografiando el ruido, la adrenalina y la parafernalia digital, pero cuyo fuerte desde luego no es el de contar historias. Y lo más triste es que entre manos tenía una con un enorme potencial. Un crimen real tan chapucero y ridículo que deviene cruel y malsana caricatura. Da rabia pensar lo que podría haber hecho con un material así un director como Michael Mann (Heat), por ejemplo. O dos rotundos y veteranos cineastas, aún en activo, como Sydney Lumet y John Frankenheimer. Ellos hubieran hecho cine.
Javier Matesanz
Els vostres comentaris