Un espectáculo debe juzgarse en función de sus pretensiones, y Desveri es un modesto pero eficaz vodevil que, con una manita de pintura revitalizadora para adecuarlo a los nuevos tiempos, funciona tan bien como lo hizo cuando se estrenó en Campos en 1992. Y lo hace de forma irregular, sí; hay altibajos en el ritmo, en el hilo argumental hay algún descosido y las interpretaciones son desiguales, pero el entretenimiento es muy digno, el trabajo honesto y el resultado del conjunto es auténtico y ajustado, ya lo hemos dicho, a sus sencillas ambiciones, que solo aspiran a la categoría de sencillo divertimento. Un objetivo más que cumplido a tenor de las risas, a ratos carcajadas, de un público que certificaba así el éxito de un proyecto que orbita sin disimulos y sin desmerecer el universo creativo del “mestre” Xesc Forteza. Y es que los ingredientes son los que son; los que deben ser, ya que nos ubicamos en el costumbrismo cómico, en el vodevil alocado, descarado y travieso, en el juego de enredos y equívocos; y así el disparate apuesta siempre por el inevitable in crescendo con destino al absurdo, y el final solo puede ser un compendio de feliz amargura, donde unos ganan y otros pierden, pero todos ríen. Algo de lo que se encargan esencialmente Miquel Fullana, alma mater de la comedia, y Pedro Orell, el histrión por excelencia de la escena balear. Dos buenos cómicos complementados con dispar acierto por un reparto resultón, donde hay que destacar con nombre propio a la “madona” más genuina y delirante que he visto en años sobre un escenario: Madò Gertrudis, con el impagable aspecto y las desternillantes maneras de Catalina Rigo.
Una dirección algo más matizada en lo que a las interpretaciones se refiere, tal vez hubiera dotado de más capas a la comedia, un poco plana en algunas escenas grupales, pero eficiente en términos generales. Un pasatiempo festivo que promete muchas tardes de risas y palmas en el Escènic de Campos.
Javier Matesanz
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