Hace años que mantengo, y no sin motivos para rendirme, que Will Smith es un buen actor que elige fatal sus papeles. Ali me dio la razón, desde luego. En busca de la felicidad y Soy leyenda, no están mal. Él está muy bien. Pero la balanza cae ya en mi contra. Se precipita sin remisión después de cosas como After Earth, La verdad duele, Focus o esta Belleza oculta, donde él no está mal. De hecho está bien. Tiene muy controlado el recurso del llanto íntimo, intenso. Primeros planos conmovedores y difíciles, pero que convencen. Pero el film no tiene remedio. No hay quien lo salve. Una película de autoayuda. Y francamente, cuando quiera leer a Jorge Bucay me compraré un libro. Como película es un ladrillo. Una colección de estereotipos amalgamados argumentalmente con recursos de lo más tontos, y giros que aún los hacen parecer más tontos. A parte de incongruentes. A poco que analices los últimos minutos todo se desmonta. El mismo guionista se contradice, se traiciona a cambio de sorprender con un golpe de efecto bobalicón que quiere emocionar y resulta sonrojante, aunque pueda desbordar al fin esos pretendidos lagrimales que se han resistido durante todo el metraje por pura inoperancia dramática. No basta contar cosas muy tristes para emocionar. Hasta el sentimentalismo necesita un cierto ritmo narrativo y pericia para combinar los elementos del melodrama sin que parezca una estrategia comercial descarada, que busca desesperadamente esa fibra que justifica el llanto, pero que a menudo no empatiza con las verdaderas emociones.
Ni que decir tiene que el reparto merece mejores resultados, mejor historia. Casi salen a frase por intérprete, y no precisamente frases brillantes ni intervenciones carismáticas. Parece complicado pero lo han conseguido. Han desaprovechado a Helen Mirren, Edward Norton, Kate Winslet y Keira Knightley. Una pena.
Javier Matesanz
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