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Autómata

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Estamos ante un western futurista construido sobre una reducción de las leyes de la robótica de Asimov. Este sería el resumen. La sinopsis, que un agente de seguros investiga por qué algunos autómatas han decidido modificarse y auto repararse vulnerando así el segundo protocolo (el primero es no dañar jamás a un ser vivo), y acaba siendo arrastrado al desierto por algunos de ellos, mientras son perseguidos por violentos policías corruptos. Y ya está. Poco más hay que contar, y el resultado es bastante pobre. Endeble. Escaso. El guion apenas ofrece ideas propias, se limita a perfilar personajes a brochazos, no desarrolla demasiado las relaciones (ni entre humanos ni con los robots), y los diálogos son mínimos y no muy ocurrentes. Frases lapidarias de corte existencial y hasta darwiniano, que por lo general resultan algo pretenciosas. “Decirme que soy solo una máquina es como decirte yo que eres solo un mono”. Demasiado tiempo dedicado al correctísimo diseño virtual de los personajes mecánicos para acabar colocándolos después en una historia descuidada, y confeccionada con restos de serie. Hasta el Yo, Robot de Will Smith resultaba más entretenido. Al menos tenía más acción, más ritmo (nada más, por cierto). En cambio, este film auspiciado y protagonizado por Antonio Banderas es árido en su desértica contextualización apocalíptica, pero también en su desarrollo, que avanza cansinamente hacía un previsible final que roza lo cursi. Por no atreverse no se atreven ni con una secuencia de sexo híbrido, que podría haber aportado una buena y agradecida dosis de morbo cibernético.

Dos constataciones para acabar: Banderas se dobla fatal y el botox ha convertido el rostro de Melanie Griffith en una máscara más artificial que la de sus compañeras robotizadas.

Y una curiosidad a modo de epílogo: uno de los robots lleva la voz de Javier Bardem, pero doblado no lo oiremos.

Dirección: Gabe Ibáñez. Intérpretes: Antonio Banderas, Birgitte Hjort Sørensen, Melanie Griffith, Dylan McDermott y Robert Forster.

 

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