Sorprendente propuesta de Joe Wright, realizador de las magníficas Expiación y Orgullo y prejuicio, y de la nada desdeñable Hanna, que aquí tira la casa por la ventana en un alarde de imaginación desbordada e insolente, y nos presenta una especie de pre-cuela del clásico de Barrie que aborda la procelosa transformación del huérfano Peter en Pan, el niño que no quería crecer.
En menos de un cuarto de hora, el director presenta un universo trufado de sorprendentes referencias formales, musicales y estilísticas, a una frenética velocidad de crucero. Después de un arranque colindante al cinema noir, nos sumerge en una atmosfera definitivamente dickensiana para luego adentrarnos en una batalla espacio naval en un cielo londinense bombardeado por los seguidores del eje. Y todo ello…a ritmo de Los ramones, ¡sí señor! Se concluye así una especie de primer capítulo con el viaje hacia el País de Nunca Jamás con una delirante y psicodélica secuencia tributaria del Yellow Submarine. Y si el prólogo galopa a un ritmo furioso, la cadencia del nudo y del desenlace no es menos apabullante.
Joe Wright se apropia de la cosmogonía de J.M. Barrie para transformarla y reversionarla a su antojo sin por ello pervertir el espíritu de la obra original. Así, Barba Negra, encarnado por un estupendo Hugh Jackman, es una especie de samurái ataviado con pelucas improbables, que entona el Smells like Teen Spirit de Nirvana antes de masacrar a los niños. El siempre atractivo Garret Hedlund nos compone a un sorprendente Capitán Garfio, anti-héroe a medio camino entre James Dean e Indiana Jones. Los guiños cinematográficos son constantes; a Spielberg por supuesto, pero también Mad Max, Harry Potter o a Disney. De hecho, la película es una saludable perversión del Peter Pan de Disney, tan mágica e inocente y a la vez tan despiadada y desprejuiciada como son los niños. Y los no tan niños se contaminan rápidamente de esa alegría furiosa y se dejan seducir por esa vorágine visual tan atractiva como esperpéntica.
Natàlia Rabassa
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