Steven Spielberg sigue siendo, cuarenta años después, ese director que genera expectativas. No siempre acierta. Algunos de sus films han acabado en decepción (Always, Hook, Amistad, Indiana Jones y el Reino de la calavera de Cristal – esta es directamente un horror-, Tin Tin). Otros simplemente han cumplido (Minority Report, War Horse, Lincoln). Pero la colección de clásicos, obras maestras y magníficos peliculones comerciales que atesora en su filmografía le bastan y le sobran para acumular crédito de por vida y seguir convirtiendo cada nuevo proyecto en un acontecimiento obligado para los amantes del séptimo arte. Ignorar un estreno del autor de Tiburón es una auténtica temeridad cinéfila.
El puente de los espías es un buen film. Uno de esos muy americanos, que tanto le gustan al director, pero moderado en su fervor patrio. Poca bandera y un buen guión (no en vano contrató a los hermanos Coen) para, evitando intrigas prescindibles y la tentación de precipitar innecesariamente el ritmo de una acción más densa que frenética, potenciar las tensiones y el drama de este tira y afloja político, diplomático, que sin embargo se llevó a cabo de forma clandestina y al margen de los gobiernos para ejecutar un cambio de peones durante la guerra fría sin implicaciones ni responsabilidades gubernamentales. Y para ello, Tom Hanks encarna con su habitual y convincente solvencia de gran carga humana y cotidiana a uno de esos personajes íntegros y abnegados a lo Atticus Finch -estereotipo fundamental de la sociedad americana-, que anteponen la justicia, la verdad y los valores a cualquier otro interés, aunque Goliat amenace con aplastarle por ello. Defensores de causas perdidas por principios, moral y ética. Y pese a algún desmayo en el tramo central, la película resulta interesante y emotiva en todo momento. Juega con acierto la baza tan spilbergiana de la sensibilidad, y sin abusar consigue que lo humano destaque y trascienda a lo político, haciendo que los personajes sobresalgan incluso por encima de la trama, y hasta de la presunta veracidad histórica, de cuya precisión conviene siempre tener dudas más que razonables cuando se trata de un producto Hollywoodiense.
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