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X-Men. Días del futuro pasado

X-Men. Días del futuro pasado

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Hacía ya varias películas que Bryan Singer no demostraba que sabe lo que hace cuando se pone tras una cámara. El fallido para muchos reboot Superman returns se le escapó de las manos, el intento de cine bélico de Valkiria sembró un vacío que hacía pronosticar lo peor, que llegó de manos de Jack, el cazagigantes, un entretenimiento nada digno para un hombre que se había presentado con Sospechosos habituales, reafirmado con Verano de corrupción y demostrado que se podían hacer películas de superhéroes en serio con las dos primeras partes de X-men. Ahora, once años más tarde, devuelve lo mejor de sí mismo a la saga, y lo hace con talento y amor al cine y al trabajo bien hecho.

 

Mezclar los Orígenes que Mathew Vaughn había sabido explicar con los personajes presentes, añadiéndole las dosis suficientes de acción, humor, filosofía y tensión no era una tarea fácil. Pero Singer sabe cómo entretener, como saltar de una emoción a otra sin (casi) inmutarse, cómo demostrar que los mutantes no són sólo personajes de cómic, cómo mantener la incertidumbre con un argumento que, sin salirse de los márgenes del género, despierta dudas aunque no las tenga. Era complicado que la masa de fans de los X-men volvieran a creer en él, pero el hombre que demostró que Lobezno era digno de película lo ha conseguido.

 

Aunque no hay que olvidar que cuando Michael Fasbender aparece en cualquier película, la escena crece hasta proporciones imposibles, que cuando Jennifer Lawrence ilumina la pantalla (aunque sea de azul místico), la sala palidece, que cuando Hugh Hackman habla, el público calla, que cuando Peter Dinklage se abre paso desde su metro y poco de altura, sus compañeros caen a sus pies, que Hale Berry es la mejor Tormenta de todas las tormentas posibles, que James McAvoy ha demostrado que es mucho más que un joven actor, que Patrick Stward siempre será Charles Xavier, y que a Ian McKellen da igual el papel que le den. Que uno podría pensar que así cualquiera. Pues Brett Ratner no debía saberlo.

 

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