Es un film casi biográfico. En parte al menos. La niña protagonista es la autora y directora (lo fue). O más o menos, pues no se trata de hacer catarsis, sino de contar una historia íntima y sincera, basada en hechos reales; pero no solo en los propios, sino en muchos hechos, muchas personas reales. Ficción, por lo tanto, por la generalización, por la coherencia narrativa y algunos recursos necesarios para cohesionar el relato. Pero tan auténtica, tan veraz, que casi nos adentramos en el documental. A ratos lo parece por estética y planteamientos. Sin embargo, los personajes son inventados (solo inspirados en). Aunque la verdad es mucha; la autenticidad, absoluta. La vida sin artificios. Un pedazo de realidad. La de una niña que asume su nueva vida sin sus padres. Ausencias prematuras. Con sus tíos. Y su primita Anna (impresionante Paula Robles de apenas 3 años). Ahora su hermana. Fabulosas niñas/actrices, de una credibilidad que enternece y emociona. Es conmovedor cada momento. Pequeños todos, pero enormes en sensaciones, pues los siente el espectador como propios, y la intensidad conmueve. A ratos golpea, cuando vemos a una niña intentando asumir un drama que no entiende, y que aún no ha llorado. Y compartimos la pena. Pero la película no quiere ser triste. La vida se abre camino, y los baches, los obstáculos, hay que salvarlos. No queda otra. Y aunque hay un tiempo para el llanto, siempre llega otro para la esperanza. Y antes el de las preguntas y las respuestas. Momentos que el reparto, adulto e infantil, defiende con convicción, y nos anuda el aliento, y nos desborda el lagrimal. Es muy bello este fragmento del Verano 1993 servido casi en primera persona por Carla Simón, donde en España pasaban muchas cosas, la paranoia del VIH entre ellas, pero donde una vez más lo importante es la intrahistoria de los pueblos, de las personas. Vivir y compartir.
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