No soy fan de Luc Besson desde que se convirtió en Luc Besson. Y eso ocurrió con el estreno de El quinto elemento (1997). Antes había hecho las muy recomendables El gran azul, Nikita y El profesional (ésta última reprobable desde un punto de vista moral, pero qué se le va a hacer, era intensa y entretenida). A partir de ahí: nada. Nada bueno, quiero decir. O todo malo, que es peor. Pero nunca tanto como Valerian y la ciudad de los mil planetas. Y mira que Lucy había puesto el listón tan bajo que parecía difícil de igualar. Casi había que escarbar cualitativamente para poder bajarlo aún más. Pero Besson no tiene límites. ¡Reto conseguido! Su último trabajo lo supera todo. Sigue siendo un cóctel de referencias, como la práctica totalidad de sus films. Todo lo que le gusta, todo lo que le inspira, todos sus hobbies, metidos en su particular batidora de pastiches. Con Star wars a la cabeza y su afición por los videojuegos como modus operandi creativo (con pantallas shooter incluidas). Solo falta un joystick para cada espectador y ya tendríamos un play-combo de última generación. Con las copias 3D la experiencia ya sería la pera. Pero claro, de cine poco.
Así, y para que se hagan una idea, se recrea indolentemente un inconfeso remedo de la taberna de Habba el hutt, por ejemplo, o se imita descaradamente una persecución del Halcón Milenario, aquí llamado Alex, tras una pequeña nave enemiga a través de un laberinto imposible, que solo es capaz de salvar la pericia de un Skywalker-Valerian que, actualizado para las nuevas generaciones, se parece más a Harry Potter que a Luke. No en vano Laureline tiene una retirada importante a Hermione, y no a la princesa Leia. En fin, lo dicho, un indigesto revoltijo de méritos ajenos fagocitados sin vergüenza alguna. Excepto la preponderante estética quintoelemental, que sería más bien un auto-plagio.
Para el recuerdo (ironía eufemística que sustituye “para el olvido”) los primeros 20 minutos. Nunca algo tan preciosista fue tan feo; algo tan pretendidamente bonito, tan cursi, naif, empalagoso y ridículo. Un mal augurio a dos horas y media del final. Uf!
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