Lo sencillo no resulta siempre tan sencillo. No es fácil, aunque lo parezca. Pero Jean Becker tiene un don en este sentido. El realizador francés sabe cómo hacer retratos de quirúrgica precisión sin que apenas se note la ficción. Es como mirar por una cerradura la cotidianeidad ajena hasta que ésta se convierte en propia. Así son las emociones más auténticas; universales. Y así, aunque en nada nos identifiquemos con un sexagenario gruñón confinado en la cama de un hospital tras un intrigante atropello nocturno, acabamos por compartir el entorno emocional creado a su alrededor, a simpatizar con personajes amables pese a sus aristas, entrañables y tiernos aunque nos resulten molestos, casi familiares aun siendo desconocidos. Y si generalizamos no es por Unos días para recordar, agradable comedia agridulce, que siendo muy correcta no se haya entre lo mejor de su autor, sino porque Becker lo consigue sistemáticamente con una galería de personajes de lo más curiosos y no pocas veces estrambóticos: Conversaciones con mi jardinero (mi preferida), Dejad de quererme (preciosa y perturbadora) e incluso Mis tardes con Margueritte (la menos inspirada de su colección, pero que seduce a golpe de bobalicona ingenuidad).
Con todo, la película engancha y entretiene con sus devaneos y alternancias genéricas, que rozan la intriga policiaca, coquetean con el melodrama sentimental y se acomoda en la comedia coral de situación (tres cuartas partes del metraje – si no más- se desarrollan en una habitación de hospital), para ofrecer a la postre otro tour de force de Gérard Lanvin. Uno de los pesos pesados del cine francés, siempre de poderosa y contundente presencia (Los lioneses), pero capaz de conciliar y hacer aflorar las emociones más tiernas escondidas tras su convincente aspecto de cascarrabias.
Els vostres comentaris