Todas las historias que componen el collage de Una pistola en cada mano tienen un común denominador: en cada una de ellas hay, como mínimo, un personaje masculino que hace el ridículo. Y, aunque el final de la primera resulta algo forzado, todas resultan creíbles, verosímiles, identificables; en primer lugar, porque en la vida real solemos ser así y, en segundo término, porque están interpretadas por actores de la talla de Eduard Fernández, Javier Cámara, Ricardo Darín, Luis Tosar o Alberto San Juan. Hombres soberbios, arrogantes, orgullosos, patéticos, inmaduros… y mujeres seguras de sí mismas que los aman, los humillan o simplemente los aguantan. Todo ello para dar forma a breves (y duras) tramas donde se citan infidelidades, celos e inseguridades. El resultado global que ha logrado Cesc Gay (Krampack, En la ciudad, Ficció…) me convence, y si me tengo que quedar con uno de los episodios elijo el de Candela Peña, por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y por ella, que está inmensa.
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