Lasse Hallström tiene una tendencia natural al almíbar narrativo que en una película de estas características parecía inevitable y de alto riesgo. Pero también es cierto que en anteriores ocasiones ha sabido controlar su melosa adicción consiguiendo resultados menos edulcorados e indigestos de lo Previsto. Tal fue el caso de ¿A quién ama Gilbert Grape?, Las normas de la casa de la sidra o Chocolat. Al contrario que en títulos no aptos para diabéticos como los inspirados en la hiperglucémica producción novelesca de Nicholas Sparks: Querido John Y Un lugar donde refugiarse. Un viaje de diez metros, en cambio, se sitúa en un punto equidistante entre los dos extremos de la obra del sueco. Algo así como si hubiera elaborado un guiso combinando los ingredientes de las ajenas Ratatouille y Deliciosa Martha, pero generosamente condimentado con especias exóticas (hindúes) para otorgarle a la cinta una personalidad multiracial muy de moda en estos tiempos de fusión y confusión. Además de los innecesarios pero previsibles edulcorantes, congénitos en la personalidad creativa del autor, que acaban por conformar el sabor definitivo del producto. Algo empalagoso a la postre, dando al traste parcialmente con algunos de los mejores logros de film a base de exaltaciones románticas y sentimentalismo de corte familiar.
Por contra, Hallström consigue algunos hermosos momentos con la sublimación de los sentidos aplicados al arte culinario: el olfato, el gusto, la vista e incluso el tacto y el oído colateralmente. Sin duda lo más interesante y apetitoso de film, que pierde enteros cada vez que se adentra por los convencionales territorios del romanticismo, de contraste cultural (que ofrece aquí una metafórica pero evidente moraleja gastronómica para reivindicar el maridaje como vía de enriquecimiento social) o los discursos acerca del potencial del acervo cultural como valor personal y profesional a explotar por las personas.
Al final resulta una rutinaria pero agradable y entretenida producción, sorprendentemente producida por Steven Spielberg y Ophra Winfrey, cuya mayor aportación, lejos de ser fílmica, es abrirte el apetito para la cena.
Nota a pie de página: resulta tan curioso como estimulante ver a la muy británica Hellen Mirren, la más reciente Reina de Inglaterra, en el papel de una estirada madame francesa obsesionada por las estrellas Michelin.
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