Para ubicar genérica y formalmente la película desde un principio podríamos considerar que Un paseo por el bosque es una de esas películas “conversación”, de las que hablan de amistad, amor y últimas oportunidades, y que se convierten a la vez en homenaje crepuscular a sus talludos protagonistas, que de paso aprovechan para reconocer y reivindicar que los años no pasan en balde, pero que todavía pueden llevar el peso de una película aun a costa de parodiarse a sí mismos. Fue el caso de Nicholson y Freeman en Ahora o nunca, de los espías jubilados de RED (Willis, Mirren y Malcovich), Los mercenarios Stallone y Shwarzenegger o de los Space Cowboys de Eastwood, que en esta misma línea rizó en rizo con Gran Torino. Y ahora es el turno de Robert Redford, ese gentleman antaño incomparable y ahora sin resuello, y Nick Nolte haciendo de… Nick Nolte, y que intentan demostrarse, sin éxito, que aún siguen siendo jóvenes y capaces. De ahí que se agradezca el tierno y taciturno desenlace de esta aventura otoñal, que tiene en el humor amargo y derrotado de quien se resigna ante lo inevitable su mejor arma para en entretenimiento, además de la química de estos dos veteranos de la pantalla que convencen sin esfuerzo, reservando sus ya limitadas fuerzas para los arduos menesteres de unos trasnochados boys scouts.
El desarrollo es extremadamente sencillo, y aunque se agradece que Ken Kwapis no haya convertido el itinerario en una colección de postales wild life, ni haya optado por el ternurismo excesivo o un recopilatorio chistoso de batallitas de carcamales, lo cierto es que un poco más de garra hubiera favorecido el relato, y algo de riesgo – sino originalidad- en las formas narrativas lo hubiera dotado de una personalidad de la que carece. Una falta que condenará el film al olvido en pocas semanas, porque bien mirado nada ofrece para ser recordado.
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