El cine de animación infantil para adultos ya no es solo cosa de Pixar. Esa fue la piedra angular del éxito clamoroso de la productora, hoy de Disney, y el inicio de su incontestable reinado animado. Algo tan sencillo como tener en cuenta que en las salas de cine no hay niño sin adulto, y si el adulto disfruta como un niño, llevará al niño más a menudo al cine. Pero para eso hay que hacer películas que, además de buenas, tengan varios niveles de lectura, para que cada uno disfrute a su manera y según su talla. Y como decíamos, lo que antes parecía ser el secreto de Lasseter & Co, ahora empieza a ser común en el género, y el último ejemplo es esta tronchante, tontorrona pero ingenuamente ingeniosa película titulada Un héroe samurái: La leyenda de Hank, que es, ni más ni menos, que un remake animado de la tronchante, tontorrona pero ingenuamente ingeniosa Sillas de montar calientes, que Mel Brooks estrenó con gran éxito en 1974. Eso sí, trasladando la acción desde el Oeste americano al Japón medieval, y cambiando sheriff por samurái para que la cinta se parezca más a Kung Fu Panda que al descacharrante original.
Y no le busquen tres pies al perro, porque el argumento es más bien bobo. Sencillo y facilón. Un perro samurái en una aldea de gatos nipones que se llama Kakamucho, y cuyos habitantes, muy a su pesar, tienen que aceptarlo como protector para no ser borrados del mapa por un pérfido felino de alta alcurnia que aspira a ser el nuevo Shogun, y al cual el pueblo le estropea las vistas desde su palacio. Pero aun con todo, la película es destacable por su sana falta de pretensiones. No busca sino entretener, consciente de sus inmensas limitaciones argumentales, y mientras los peques flipan con su ritmo endiablado y su espíritu cartoon de slapstick enloquecido, los mayores disfrutaran del torrente de referencias cinéfilas y de chistes metafílmicos que los chavales ni detectarán, pero que hará las delicias de unos y otros.
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