Quizás prematura, pero ya está aquí la inevitable película de cada Semana Santa. Desde los tiempos inmemoriales de Los diez mandamientos – sino antes- siempre hay algún santo, una virgen o un cristo que visita las carteleras de cine por Pascua. Y Últimos días en el desierto es la propuesta de Rodrigo García, hijo del Dios literario de Macondo y al cual presumo creyente dada su implicación en el proyecto (guion y dirección), quien después de reflexionar sobre el más allá en clave fantástica en Passangers (2008), hace ahora una incursión mesiánica en el más acá, para explicarnos la experiencia terrenal de Jesús rezando y ayunando en el desierto, enfrentándose a los rigores del sol diurno, el frío nocturno, a la sed inmisericorde y a demoníacas tentaciones en inquietante versión monologada de los dialogados entre el bien y el mal. Una visión del pasaje bíblico que tal vez interese a quienes albergan curiosidad por el personaje de Cristo (sea histórica o espiritual; la consideren ficción o inspirada en personajes reales. Allá cada cual, ese debate no nos concierne), pero que cinematográficamente resulta no lenta, lo siguiente. Espesa. Exasperante a ratos. Parca no solo en palabras, sino también en ritmo, en imaginación visual (no basta con desdoblar al actor en un vis a vis alegórico) y en intensidad dramática y emocional, pues en términos narrativos deja bastante indiferente.
Inevitable es la comparación con la última tentación de Scorsese y la diferencia es de goleada antológica. Y por todo ello (y porque vi la película solo en la sala), decíamos al principio que resultaba un film prematuro como producto pascual, porque mucho nos tememos que no llegará a las fiestas en cartel.
Las imágenes contemporáneas del último minuto no las entiendo. Lo que pretenden quiero decir.
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