Hablar de Tomorrowland es hablar de El gigante de hierro o Los increíbles, es hablar del amor de un director por el cine de aventuras de los años ochenta, en los que la visión del futuro sabía a aire puro y tecnologías reconocibles y disfrutables por y toda la familia. Brad Bird ya había demostrado con estas dos magníficas joyas animadas (a las que hay que sumarle la extraordinaria Ratatouille) que es un gran director, así que su último trabajo pudiera no ser una obra con un nivel más que aceptable era algo casi impensable. Bingo.
El mundo del mañana es una película al más puro estilo Disney para todas las edades que, aunque mantiene cierto discurso ecologista que se les puede escapar a los más pequeños, mantiene el listón por encima del de ciertas apuestas de ciencia ficción apoyadas únicamente en su espectacularidad y sus efectos especiales. Los actores y la necesidad de narrar más allá de las magníficas secuencias hechas íntegramente por ordenador (tan cercano al futuro que imaginó Julio Verne), acercan la narrativa a la del cine ya considerado clásico, y que llenaba las salas hace ya treinta años. Sus diálogos y secuencias de acción real son las que acotan los límites del cine que representa para evitar que la película se convierta en un espectáculo visual sin ningún fondo. Si bien es verdad que, en ciertos momentos, parece haber perdido ese equilibrio, son pocos y fáciles de solventar.
La elección de unos actores a la altura que la historia merece también ayuda a darle forma a la imagen que Brad Bird tiene del cine, y que no parece querer abandonar desde que se metió a director. George Clooney y Hugh Laurie continúan en su carrera de intérpretes más allá de la imagen de estrellas que los medios potencian. Pero, sin duda, las elecciones Britt Robertson y, sobre todo, de Raffey Cassidy como Athena es uno de los logros de un cásting que confirma que esto no va sólo de vender cubos de palomitas.
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