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Todos tenemos un plan

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En puridad debería haber empezado diciendo “de Buenos Aires al Delta del Tigre”, pero me permitirán recurrir a la tontorrona paráfrasis popular de acento guatemalteco, que ilustra con precisión la moralmente discutible y poco meditada decisión existencial del personaje de Viggo Mortensen en este film, la cual, volviendo de nuevo al ingenio del chascarrillo común, podríamos decir que le lleva a escapar de la sartén para caer en el fuego. Y es que el actor interpreta a un pediatra de la capital, casado y socialmente acomodado, pero de vida rutinaria y aburrida. Está estancado, oxidado, incluso en su “feliz” matrimonio. Solo pensar en aumentar la familia le deprime. Y por eso aprovecha las circunstancias. Le visita su hermano gemelo (él mismo, claro está), enfermo terminal de cáncer y del que nada sabía desde hacía más de una década. Y dado su inminente deceso, decide suplantarle. Escapar asumiendo una vida que no es suya, pero que compartió en su infancia en los inhóspitos territorios del agreste Delta del Tigre, donde rige la ley del más fuerte, de la supervivencia, del sálvese quien pueda. Y claro, cuando entra ya no puede salir. El muerto de la capital lleva su nombre y su rostro, incluso su alianza, y él se ve envuelto en una espiral criminal de la que nada sabe, aunque algo intuía. “¿No querías emociones? Pues toma”, parece decirle irónico y cruel el destino.

El problema es que el argumento de los gemelos no es precisamente novedoso (hasta Van Damme lo usó en su día), y el guión no sorprende ni se sustenta. No resulta convincente en su desarrollo dramático ni en el cúmulo de casualidades que lo posibilitan. De modo que, pese a ser entretenida y a ratos intensa (la ambientación es magnífica y asfixiante), todo deviene algo forzado. Como uno de esos dramas provocados artificialmente, producto de una ocurrencia sobre el papel, que llevada a imágenes no acaba de ser creíble. Tal vez porque todo resulta precipitado en un metraje de noventa minutos que pretende retratar dos vidas, dos ambientes, dos sociedades, y en realidad no llega a profundizar en ninguna ellas. Al menos en la primera, la más “civilizada”, que se queda en un simple e insuficiente esbozo de tristeza y frustración íntima. Y así, el espectador no alcanza nunca a conocer la verdadera naturaleza del drama, los motivos de la desesperación, y por tanto no llega a empatizar con los personajes y con su sufrimiento. Y nunca pasa de ser eso, un simple espectador, que mira desde la barrera y no implica emoción alguna. Aunque conviene reconocer los esfuerzos del protagonista, que vuelve a trabajar en castellano, y esta vez con resultados mucho más eficaces y convincentes que en  ‘Alatriste’.

 

Dirección y guión: Anita Piterbarg Intérpretes: Viggo Mortensen, Soledad Villamil, Daniel Fanego.

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