Como no podremos evitar las comparaciones, empecemos por ahí. No, Todos a una no es la Campeones francesa. Entiendo la tentación de la comparativa fácil, pero pese a las evidentes semejanzas contextuales (un equipo de básquet de discapacitados intelectuales), su enfoque es diametralmente opuesto. Aunque en ésta también subyace una historia de superación y de (falta de) honestidad humana. O al menos de residual catarsis moral en clave de arrepentimiento, que de poco sirve en realidad, pero que a la postre dignifica en parte a quien la práctica. La película de Lebasque es una denuncia. La crónica de una vergüenza nacional. Y lo triste es que sea francesa – los vecinos siempre con el dedo en la llaga-, pues la bochornosa historia es española. Y es que se trata de una película basada en hechos reales, y la selección que inscribió a diez jugadores sin discapacidad alguna en los paralímpicos de Sidney 2000 para ganar fraudulentamente la medalla de oro fue la hispana, para humillación de todo el país cuando se descubrió la trampa y le fueron retirados los metales. Al final de la proyección unos títulos nos explican la sonrojante hazaña. Y lo cierto es que mucho han tardado en dedicarnos tan vergonzante película, porque la historia la merece. Tal vez debamos agradecer que es tibia y falta de pegada. Es casi irrelevante desde una punto de vista cinematográfico, de manera que no tendrá la repercusión que ha tenido Campeones en el ámbito sociocultural que le corresponde, y de este modo se airearán menos nuestras vergüenzas.
Todos a una es como un discreto telefilm. Visualmente anodino, apenas atrevido en la denuncia y con pequeñas dosis –muy pequeñas- de humor irreverente o incorrecto. Y al final casi se atreve a justificar los hechos por tiernas razones, achacándolo por poco a una torpe ingenuidad. No lo hace al final, menos mal. Y tampoco cae en lo ñoño. Se agradece. Poco más.
Javier Matesanz
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