Seis conversaciones. Parece poco, pero da para mucho. Tanto es así que, antes de convertirse en película, Todas las mujeres fue una serie. De seis capítulos. Uno por conversación. Y todas con el denominador común de Nacho; un veterinario, de apariencia tímida, pero manipulador, amoral y de un egoísmo emocional antológico. Un personaje bien construido, pero que es en manos de Eduard Fernández cuando deviene uno de los retratos psicológicos más incisivos y sentimentalmente maquiavélicos visto en mucho tiempo. Una auténtica exhibición de matices en un entorno íntimo, bien planteado en un tono de intriga criminal, que roza las formas del noir más sutil y dialéctico, pero que prefiere centrarse en las consecuencias personales y no en los hechos delictivos; en la descripción del personaje y en sus motivaciones, en vez de buscar posibles soluciones o efectistas desenlaces. Y es que lo que en realidad le interesa a Mariano Barroso es hacer la radiografía de un comportamiento sibilino, emocionalmente perverso, pero de una apariencia tan normal que nos resulte común. Incluso familiar. Y todo ello articulado en torno al protagonista masculino y a seis personajes femeninos a los que acude, más por interés que por afecto, al sentirse acorralado por su propia insensatez e imprudencia. Magníficas también las seis actrices, que consiguen convertirse en el punto de vista del espectador, y hacernos ver y sentir, casi en primera persona, como la enfermiza impotencia del manipulador, aun en su círculo familiar y de amistades, le convierte en un perdedor que prefiere morir matando a reconocer su mediocridad.
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