Mala cosa cuando un documental no resulta del todo creíble. No la historia narrada, sino en lo referente a su autenticidad. La técnica y las formas narrativas de ‘The swell season’ son documentales, y se ciñen a las pautas de realismo y verosimilitud del género en los fragmentos musicales, en la crónica de la gira y en las incursiones familiares, pero no así en la parte íntima y sentimental, en la evolución emocional de la pareja protagonista. Ahí hay otra película. Una historia que funciona, pero que no es lo que dicen. En ‘Once’ nos explicaron como empezó todo (aunque allí, en la ficción, no cuajaba, y sí detrás de las cámaras, en la vida real), y ahora nos narran el final del amor. Esta vez delante de las cámaras y en pretendido cinéma vérité. Pero está preparado. Aunque lo disimulen. Todo con una naturalidad asombrosa en las interpretaciones, y con un gusto exquisito en la planificación, en el tono y en su hermoso y romántico blanco y negro; pero preparado. No cuelan esas conversaciones, esas reflexiones, esas catarsis emocionales, esas tiernas y pausadas discusiones o desencuentros de pareja con una cámara echándoles el aliento en la nuca. Y conste que como falso documental u oportunista docudrama sentimental que aprovecha el carisma de la oscarizada pareja y su amistosa ruptura para prolongar el éxito del film que los unió, me gusta y me convence. Funciona, entretiene y emociona. Y ver como y porqué se escribieron las canciones que todos conocemos es bonito e interesante. Pero la sensación de artificiosidad, de espontaneidad falseada me incomodó como cuando alguien que aprecias te cuenta una mentira y no cuela. Te sientes un poco traicionado.
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