Setenta y un minutos de puro cine. Una demostración de síntesis, de austeridad y economía creativa, que deja en evidencia a quienes piensan que cuanto más grande y ruidoso, mejor. No. Las películas son historias y éstas las vertebran personajes, con sus acciones y sus diálogos, y con eso, si es bueno, ya tienes lo esencial. El resto puede mejorar o entorpecer el conjunto, pero a veces, muy a menudo, menos es más; y The party es mucho.
Sally Potter, siempre incisiva, corrosiva, controvertida, narra un desmoronamiento emocional, sentimental, social e ideológico que, de algún modo, retrata la catadura moral y ética de la sociedad actual, aquí representada por una ecléctica muestra de individuos acomodados que atesoran lo peor y lo menos malo de lo que se considera un ciudadano acomodado, incluso un triunfador, y que se desvelan como paradigmas de la hipocresía y el cinismo que impera en el modelo social establecido. El guión, a golpe de diálogo, con reflexiones tan cáusticas como inteligentes, en tiempo real y con estructura y dinámica teatrales, embiste contra todo y no deja títere con cabeza. Sin complejos ni tabús, sin mirar ni a derecha ni a izquierda, ni a puritanismos ni a liberales, desarticula discursos feministas, elitistas, sexistas, ecologistas, políticos y morales; desconfía de la lealtad y de la fidelidad, incluso de la amistad y de la mismísima maternidad. Y aunque dramáticamente divertida como Los amigos de Peter, lo cierto es que resulta tan inquietante que no es de extrañar que la planificación y el elegante blanco y negro nos remitan al mismísimo Hitchcock, que si no rodó más comedias fue porque nadie le brindó ésta.
Ni que decir tiene que el reparto era esencial para sostener la credibilidad de la reunión, cuyo in crescendo tragicómico abandona por momentos lo razonable. Es magnífico. Yo me quedo con Patricia Clarkson, pero hay mucho y bueno donde elegir. Bienvenidos a la fiesta.
Javier Matesanz
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