El dinero sucio es y será siempre una mina inagotable de temas para la ficción inspirada en hechos reales. El caudal diario de sinopsis argumentales que ofrecen los noticiarios es impresionante. Podrían hacerse un par de thrillers semanales y una docena de dramas solo con transcribir el guión del telediario. Por no hablar de las parodias políticas que nos ofrece sin descanso la actualidad. Y Steve Soderbergh nos sirve una de tantas, a medio camino entre la crónica social, un ejercicio recreativo de denuncia y un discurso didáctico sobre el mercado financiero y sus agujeros negros, que no nos ahorra ni los power points aclaratorios. Y es que los planteamientos narrativos del film para explicar el escandaloso caso de los papeles de Panamá son básicos hasta extremos tontorrones, con dos personajes hablándole directamente al espectador como si fuera un alumno no demasiado espabilado que no acaba de pillar el concepto de estafa.
Así, la película toma como ejemplo el caso de las empresas offshore de los paraísos fiscales para hacer un repaso general de la delincuencia financiera de altos vuelos, que empezó prácticamente desde la sustitución del trueque primitivo por la tentación del papel moneda (y así nos lo muestra la película en una secuencia inicial de cartón piedra bastante mala). Y esa es la misión de Gary Oldman y Antonio Banderas, que con sus acentos afectados de cínica pedagogía nos guían por un caso real (el del ministro Soria en España, Cameron en Reino Unido y un etcétera hasta el infinito), que tanto podría ser este como otro, y el cual vehiculan a través de la investigación de una viuda (magnífica Meryl Streep, ella sí), víctima de un fraudulento entramado de empresas pantalla que invalida su seguro tras la muerte de su marido. En suma, nada nuevo, y tampoco demasiado entretenido. Básico, plano y evidente.
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