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The end of the F***ing world

The end of the F***ing world

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La producción de miniseries supone un avance en el desarrollo de historias. Hace unos años, antes de las plataformas de video a demanda, parecía impensable que se pudiera realizar semejante oferta de tramas, subtramas y, sobre todo, desarrollo de personajes. De hecho, había algunas novelas y cómics que estaban pidiendo a gritos una adaptación a la gran o pequeña pantalla y que no encontraban su hueco. Ahora lo hacen. Como el caso de The end of the F***ing world, una novela gráfica de Charles S, que se acaba de estrenar en la pequeña pantalla. Forsman, que podía, a cada página, recrear la versión de imagen real en la cabeza de su lector. Nadie de los que lo imaginaron pensaron en la versión que ahora mismo se puede ver en Netflix, pero no cabe duda que han vuelto a acertar. La miniserie de ocho capítulos de veinte minutos cada uno es un pequeño divertimento con un guión genial y un poso más que interesante. De hecho, sus dos protagonistas han empezado a aparecer en las quinielas de nuevas producciones que pueden llamar la atención más allá de llenar las horas muertas en el sofá.

Su historia es relativamente simple: dos adolescentes inadaptados deciden abandonar sus vidas para arrancar una aventura por Inglaterra sin, aparentemente, un destino fijo. A priori no hay mucho de nuevo en esa premisa, pero si se le añade un punto de psicopatía a los protagonistas, un tanto de volcán a punto de estallar, una estructura de roadmovie y grandes guiños a la magnífica Thelma & Louise, con unas gotas de Tarantino en su desarrollo y sus diálogos, The end of the F***ing world es una de las gozadas de esta temporada. Además, su argumento cerrado no da para continuaciones, lo cual le da un valor añadido como obra para el disfrute sin necesidad de dilatarse en el tiempo durante innumerables temporadas.

Con un guión lleno de grandes frases cargadas de silencios y miradas, en ocasiones con aires de quiero ser más independiente que nadie y mirad qué original soy, los capítulos mantienen más que correctamente la tensión y el enfoque. Aunque esos aires a veces hacen que se quede en la superficie, sobre todo en lo que a las relaciones de los adolescentes se refiere. Pero no hay nada que no pueda solucionarse con una secuencia bien montada y dos líneas de diálogo perfectas en el momento justo. Por otra parte, las interpretaciones y la química de Alex Lawther y Jessica Barden se convierten en la piedra angular de los capítulos. De hecho, si algo hay que reprocharle a la serie es un pequeño bajón de ritmo que coincide precisamente con la separación de los personajes. Pero eso sería en el caso de que hubiera que reprocharle algo.

Ni que decir tiene que el cine es cine y las series de televisión son televisión, pero no se puede negar que el cine se ha colado en las series y viceversa. En el primer caso, se ha ganado en calidad, en narrativa, en historias y en actores. En el segundo caso, el problema es un poco más grave. De momento, mientras podamos disfrutar de ambos, aplaudiremos miniseries como esta y nos dejaremos llevar por sus historias, un trocito cada noche. Qué placer. Sangriento y turbador, pero placer al fin y al cabo.

Dirección: Jonathan Entwistle, Lucy Tcherniak. Guión: Charlie Covell, Chuck Forsman, Jonathan Entwistle. Intérpretes: Alex Lawther, Jessica Barden, Gemma Whelan, Wunmi Mosaku, Steve Oram, Christine Bottomley, Navin Chowdhry.

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