Es relativamente sencillo urdir un crimen perfecto, un thriller enrevesado donde nada es lo que parece, una intriga alambicada que juega al despiste, cuando no se asume el reto de la resolución inesperada y coherente, que desmonte teorías prematuras y sorprenda al más audaz de los espectadores. Sin la imposición de un final cerrado, sin el compromiso de acabar la historia y ofrecer un desenlace posible y convincente, aunque fuera improbable, se troca el presunto ingenio del autor por el engaño en su acepción más tramposa, y lo que parecían imaginativas virtudes argumentales devienen tretas formales, cuyo único objetivo es despistar la atención del espectador que, aunque se haya entretenido en el camino, se sentirá estafado en la línea de llegada, pues la sensación no será otra que la decepción. Y este es el caso.
La narración es más que correcta y visualmente competente. Hernán A. Golfrid demuestra tener oficio. Sabe rodar. La trama de obsesivo y angustioso suspense funciona. Pero no es de recibo dejar las cosas a medias y transferir la responsabilidad al espectador. No es lo mismo un final abierto que inacabado.
Y Darín perfecto, como siempre; pero al no tener enfrente un rival a su altura, el combate es desigual y pierde intensidad.
Javier Matesanz
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