Tadeo Jones es el único personaje franquicia del cine de animación español. Una parodia/homenaje del personaje spilbergiano que ha ido superándose a sí misma en cada una de sus tres rocambolescas entregas. O para ser más concretos, fiel a su modelo, podríamos decir que como en el caso del Jones original, el orden cualitativo podría ser 1,3 y 2. Y esperemos que Tadeo no haga una cuarta como Indiana. Al menos no tan mala.
Siempre en manos de su creador, Enrique Gato, el personaje es poco menos que un inspector Clouseau de la arqueología, aunque los torpes suelen ser quienes le rodean, capaz de llevar a cabo los más inesperados hallazgos, sobreponerse a contratiempos apocalípticos sin apenas saber cómo y resignarse al anonimato de los genios amateurs que buscan y esperan su gran momento. Y todo eso acompañado por sus imposibles mascotas, su fiel escudero momificado y su musa platónica que, los tiempos obligan, se parece más a Lara Croft que a Dulcinea. Y el resto es puro disparate adrenalítico, con delirantes excusas faraónicas en su alocado argumento, y una cantidad de guiños, referencias y chistes que no caben en un artículo de estas dimensiones. Aunque yo me quedo con la coña del Tour y la apañada victoria de nuestro Miguelón en París. Qué se le va a hacer, esa me hizo especial gracia. A mi hija, en cambio, la de Ra Amon A, la faraona Ramona. Cosas de la edad, supongo.
La cuestión es que técnicamente la película raya a un gran nivel (innecesario comparar), y como entretenimiento, sin análisis sesudos que resultarían de lo más improcedentes dadas las pretensiones del producto, es tan eficaz como convincente para todo el abanico generacional reunido en la sala.
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