Empieza bien. Un plano aéreo tan árido como amenazante, hermoso e inquietante, sobre las dunas de la escarpada costa de Fuerteventura, y al final un hombre literalmente colgado del acantilado. Desesperado y sin más opción que despeñarse, e intentar sobrevivir cuando irremisiblemente caiga al mar, a las rocas, y a la rabiosa marea que las embiste. Estamos a punto de asistir a una de esas odiseas en solitario que se libran más allá de nuestras posibilidades para convertirnos casi en superhombres. Al menos eso nos han prometido, ya desde el título: Solo, y basado además en recientes hechos reales acaecidos en 2014. Pero no. Nuestro gozo en un pozo. O más bien en una inhóspita cala atlántica poblada solo por gaviotas y algún resto de naufragio o de basura náutica. Una soledad prometida y apenas concedida, pues antes de la inminente caída vamos a conocer al personaje y a sus colegas surferos, y comprobaremos que no era precisamente el mejor de los tipos. Poco empático, egoísta, infiel y siempre taciturno y enfurruñado, incapaz de exteriorizar su sentimientos… En fin, una pérdida relativa para el mundo si no lo consigue. Y también sabremos de sus fracasos sentimentales, e incluso familiares. Mucha gente y mucha información que alarga lo inevitable, lo que esperamos, lo único que nos interesaba a priori y que no acaba de llegar. Y lo cierto es que se hace pesado. La película no entra en materia, y cuando lo hace, divaga, no acaba de ir al grano. Trocea el drama solitario, lo alterna continuamente con recuerdos o espejismos, con flasbacks u otras disquisiciones que acaban por convertir el film en una catarsis sentimental del personaje, en vez de un más difícil todavía del instinto de supervivencia. Y decepciona. No cumple con las expectativas. Algo que sí hacía, por ejemplo, 127 horas en una cueva o Infierno azul solo con una boya y un tiburón.
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