¿Qué es lo que convierte una comedia romántica al uso, una más de las que se estrenan a lo largo del año, en un producto atractivo? Quizá que la trama introduzca algún elemento de riesgo, unas líneas de guion más osadas; que innove, o lo intente, en cuanto a las estructuras narrativas y el andamiaje del argumento (chica y chico se encuentran-parecen predestinados-surgen las dificultades-las superan-fin) o que las interpretaciones otorguen un valor añadido relevante a la historia en sí. Pues bien, Sin hijos contiene algo de todo eso. El elemento ‘innovador’ -teniendo en cuenta que seguimos viviendo en patriarcado- es que en la parte de la fórmula ‘chica encuentra a chico’ es ella la que abomina de la posibilidad de ser madre, ya sea natural o postiza, y ese factor se acaba convirtiendo en motor de la trama. Otra novedad respecto a la mayoría de películas del género es que el tercer vértice del triángulo al que asistimos no es un hombre o una mujer, aquí la ‘amenaza’ es una niña de nueve años, que va combinando actitudes y gestos propios de su edad con reflexiones más maduras que las de los mayores que la rodean. Y en este punto ya podemos enlazar con el otro factor que convierte esta producción hispano-argentina en uno de los éxitos del momento y en la comedia más taquillera del país sudamericano: los actores. Empezando por la niña, Guadalupe Manent -que ya triunfó cantando en un programa de televisión y que aquí se mete al espectador en el bolsillo desde la primera escena-, siguiendo por un Diego Peretti, como padre entregado y ejemplar, que nunca falla en esos registros cómicos (la escena de la galería de arte es escacharrante), y acabando por los secundarios, especialmente Martín Piroyansky, impecable en el papel de hermano disperso y soñador del protagonista. Y en medio, Maribel Verdú -más bella que nunca- que convence cuando desarrolla su rol de mujer independiente, preparada y libre, pero que tropieza en las escenas donde se desmorona.
Un conjunto eficaz, superior a la media, con momentos brillantes.
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