Ha llegado a nuestra cartelera sin hacer ruido y mucho me temo que si no corréis os vais a quedar sin verla. Siempre feliz, de la noruega y debutante Anne Sewitsky, es una película pequeña, austera, de cuatro personajes, y sin embargo tiene la fuerza de un tornado. Te sacude, te hiere, te aplasta… con sutileza, sin espasmos, con pocos adornos; en eso me recuerda las cintas de la danesa y genial Susanne Bier (Hermanos, Después de la boda, En un mundo mejor) y también en la manera cómo recoge y proyecta el desmoronamiento de la pareja, los códigos desgastados, los secretos que duelen, los intentos por recomponerla y mantenerla a flote. Aquí estamos ante dos matrimonios, nuevos vecinos y diametralmente opuestos, en apariencia. Los recién llegados cargan con el lastre de la traición, pero son lo suficientemente civilizados como para mostrarse como la unión perfecta. Los otros, más primitivos, arrastran heridas profundas y destilan pasión, pero no entre ellos. Y pronto los dúos devienen cuarteto sentimental, con un eje atípico, el que abre la espita del gas, casi sin quererlo.
Quizá sea cosa del cine nórdico en general, pero me gusta como trata las relaciones humanas directores como Von Trier, Thomas Vinterberg, la Lone Sherfig primeriza (Italiano para principiantes) y la propia Bier, y me convence cómo lo hace Sewitsky, con cierta asepsia, sin mensajes moralizantes, sirviéndose de un humor extraño pero eficaz (ese coro, por ejemplo, que hace de cortinilla para separar los distintos ‘actos’ de la peli) y de una ironía que empieza con el título – ‘Enfermizamente feliz’ es el original – y que a veces escuece.
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