Cine en formato teatral – o viceversa- a costa de un clásico de la literatura. Una combinación de disciplinas creativas de lo más estimulante y con resultados ciertamente entretenidos. Una ambiciosa propuesta escénica bien elaborada, que cuida hasta el último detalle escenográfico (el diseño de producción es magnífico), y que pone el acento en el ritmo, para que la intriga nunca decaiga a pesar de sostenerse en continuos soliloquios made in Conan Doyle (referente literario obliga). Y para ello, el montaje recurre a flashbacks de lo más cinematográficos, subrayados siempre por una banda sonora de indiscutible inspiración fílmica – a Elmer Bernstein le hubiera encantado esta partitura-, y con coreografías más propias de película que de pieza teatral. Pero es que ésta y no otra es la propuesta de Ricard Reguant, que no renuncia ni a los F/X, que nos anuncia un “próximamente” en las mejores salas e incluso un bar con palomitas en el hall. ¿No debería incluirse Sherlock contra el destripador en la cartelera de estrenos de cine de los periódicos? No, pero casi. Esa es la respuesta, porque es teatro. Teatro comercial bien hecho. Y en general bien interpretado por un reparto tan convincente como versátil.
Javier Matesanz
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