A este melodrama histórico de intrigas y aventuras en un ambiente prebélico le encantaría ser considerado algo así como el “Casablanca asiático”, pero no lo es. Huelga decir que las distancias son insalvables. Las influencias son obvias, e incluso hay varios de esos mal llamados homenajes referenciales, pero no basta el esmoquin blanco de Cusack para convertir el casino chino en el Ricks Café. Aunque mitomanías a parte, la película entretiene y aguanta bien la intriga, a pesar de las muchas –demasiadas- casualidades que sustentan la trama (parece mentira lo fácil que es toparse con alguien reiterada e indiscretamente en una ciudad de diez millones de habitantes, y lo poco cauta que es esa persona aun jugándose la vida y la causa). Pero en fin, seamos benévolos en tiempos precarios, incluso permisivos en aras del entretenimiento, e indultemos este irregular melodrama con aires de gran producción, que apela a la épica y al romance imposible, pero que se queda en un digno pasatiempo, a ratos emotivo, casi nunca emocionante, algo acartonado y solo parcialmente convincente. Quizá no era Mikael Håfström, bregado en el terror y el thriller contemporáneos, el cineasta más adecuado para narrar pasiones de corte más clásico. Y respecto a la cara de alelado que pasea John “Humphrey” Cusack, nada que objetar. A mi, delante de Gong Li, se me quedaría la misma.
Javier Matesanz
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