El cine mainstream hollywoodiense tiene una serie de patrones prefabricados que garantizan la eficacia a gran escala de sus productos. Cada género tiene el suyo, y aunque el de la comedia romántica y el del terror adolescente son dos de los más comunes, y en su eficiente reiteración pocas veces se salen de los márgenes establecidos para satisfacer los gustos mayoritarios, generalmente alérgicos a los experimentos creativos o a las “rarezas” artísticas; sin duda el modelo más estricto e inflexible, el que jamás acepta una desviación y nunca se sale de la línea de puntos que separa el éxito popular del rechazo masivo, es el de las películas de aventuras catastróficas. Descomunales dramas de corte apocalíptico que, apelando siempre a la épica heroica de uno o varios protagonistas, se repiten uno tras otro – los haga o no Roland Emmerich- como si de un reparto de fotocopias se tratase. Eso sí, reproducciones digitales y visualmente apabullantes. Impecables, insuperables, formidables. Fachadas colosales y deslumbrantes que tras de sí ocultan… la nada. Y San Andrés es su último y paradigmático ejemplo.
Contar su argumento seria tarea fácil, pero inútil. Al fin la falla de San Andrés se desplaza y San Francisco se va al garete. Esa es la excusa. El argumento sería el mismo que si la amenaza fuera un volcán (Dante’s peak, Volcano), una glaciación (El día de mañana), el mismísimo fin del mundo (2012) y, si me apuran, hasta el diluvio universal (Noe). Nada de eso es importante en realidad. Lo único que debe garantizar el film es un desastre natural del copón. Y bien hecho – realista, pero en modo alguno creíble-, ahora que las tecnologías permiten lo imposible. Y ahí, una vez más, Hollywood se luce en su desmesura. Por tierra, mar y aire, que para eso tienen a un todoterreno como Dwayne «The Rock» Johnson. ¡Vaya mole! Y el resto, ¡a quién le importa!
Els vostres comentaris