Mi admiración hacía el Clint Eastwood director es incondicional, pero todo tiene un límite, y mi mitomanía empezaba a degradarse. El francotirador y Sully fueron dos películas correctas y poco más. Eficaces productos de mercado que encajaban en el mosaico que el cineasta está haciendo del way of life americano. Y las dos últimas 15:17 tren a París y La mula eran directamente mediocres. Al menos la segunda, la primera era mala sin paliativos. Por eso escribo con entusiasmo que con Richard Jewell el autor de Sin Perdón ha vuelto a hacer una gran película. Una crónica intensa, crítica, analítica y emotiva, como en muchos de sus mejores títulos. Aunque con el plus de ser una caso verídico, que siempre añade morbo y un cierto interés histórico, y que a su vez exige rigor y respeto por quienes vivieron y protagonizaron la historia en el plano real. La del antihéroe llevada al límite, la del hombre patético (casi un Forrest Gump, icono paródico de ese self-made man tan yanqui), pero honesto, que de poco no pagó el pato de la paranoia gubernamental, que suele ser el detonante de la colectiva. Y los retratos que cincela el director, tanto el colectivo como el del protagonista, así como también el de las fuerzas del orden y los medios implicados, son impecables. Elegantes y austeros, como siempre en Eastwood, que sabe cómo nadie meter el dedo en la llaga sin aspavientos, sin subrayados ni exceso de ningún tipo. La realidad se basta para transmitir la barbarie de lo que aconteció tras la barbarie, y así lo muestra el realizador, en tono cotidiano, casi familiar, incluso con algún toque de humor doméstico, que consigue hacernos empatizar con unos personajes que en condiciones normales serían perdedores sin atractivo alguno, pero que ante la injusticia devienen un motivo más que suficiente para enarbolar la bandera de la solidaridad emocional.
Richard Jewell
Director: Clint Eastwood. Intérpretes: Paul Walter Hauser, Sam Rockwell, Kathy Bates, Jon Hamm, Olivia Wilde.
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