En su momento se me pasó en el cine (imperdonable) y hoy quiero recuperarla no solo por ser una buena película sino por ser una denuncia necesaria. Hablo del último trabajo del maestro Ken Loach, Yo, Daniel Blake, con la que ganó una vez más la Palma de oro del Festival de Cannes.
Pocos cineastas como Ken Loach han diseccionado con tanta precisión crítica el mercado laboral (esencialmente el británico, aunque no siempre). Auténtico francotirador, siempre del lado del proletariado, el realizador viene denunciando injusticias sociales desde sus ya lejanos inicios (tiene 80 años cumplidos), y aunque ha tocado temas como la inmigración, el terrorismo y hasta la guerra civil española en Tierra y libertad, ha transitado sobre todo las procelosas aguas de la precariedad laboral, la explotación de los trabajadores, las malas condiciones económicas o los riesgos que éstos padecen en el desempeño de sus tareas, o las agresivas políticas capitalistas con sus intereses macroeconómicos. Y para la ocasión, en Yo, Daniel Blake, quien recibe es lo que vendría a ser el INEM británico. Un engranaje socioeconómico, el del subsidio por desempleo, los colectivos de riesgo, las incapacidades laborales o las bajas por enfermedad, concebido para servir a las personas, pero que en la práctica funciona como un laberinto que las asfixia con su burocracia y sus reglamentos sancionadores, que acaban por penalizar a quienes los necesitan para sobrevivir.
Austero y contundente, como siempre, sin adornos ni filigranas, sin rodeos, Ken Loach arma un discurso incendiario (pero necesario) que incita a la rebelión por pura indignación. Y lo hace llevando la situación al límite dramático, aunque sin aspavientos, y apelando a los derechos fundamentales de los ciudadanos. Esos incluyen el derecho al trabajo, pero también a ser escuchados y tratados individualmente; pues como dijo Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”, y si éstas no cuadran con un modelo institucional, pero se ajustan a derecho, deben ser contempladas y satisfechas, porque Hacienda somos todos, pero la Seguridad Social también, sin excepciones ni letra pequeña. Y en este sentido, las palabras de la última escena del film, que no describiré para no incurrir en spoilers, bien podría – y merecería- convertirse en artículo de cualquier texto constitucional, por pura lógica y justicia social. Y es que “Yo, Daniel Blake soy un ciudadano. Nada más. Pero también nada menos”.
Javier Matesanz
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