Premonición

Es fácil sorprender cuando haces de lo imposible tu materia prima argumental y, sin justificación razonable y mucho menos creíble, le das patente de corso a quienes la usan. De hecho es una opción bastante tramposa. Hay que creerse la condición de videntes de los protagonistas, pero no unos videntes cualesquiera, sino auténticos X-Men. Ni el mismísimo Charles Xavier atesora tal clarividencia. Con la diferencia que estos se pretenden humanos y reales. ¡Hay que ver todo lo que puede llegar a ver el bueno de Hopkins tocando casualmente un hombro! Y Colin Farrell no le va a la zaga. Hasta telepatía tienen, para hablar entre ellos, el buen y torturado doctor y el psicópata pitoniso. Aunque creo que no es exactamente una capacidad de comunicación mental, sino algo así como la suma de visiones sucesivas que se convierten casi en una película de montaje videoclipero. Nada menos. Y de este modo, los responsables del film, con un tal Afonso Poyart a la cabeza en funciones de director, pueden hacer lo que les venga en gana, porque aunque nada es creíble – más bien todo es una bobada-, al espectador, una vez en la sala y sin más alternativas que el abandono o la resignación, si decide quedarse no le queda otra que tirar el listón de la exigencia por tierra y darle una opción al entretenimiento más fatuo y previsible si no quiere aburrirse hasta la llegada del cantado desenlace. Un clímax de ecos mesiánicos que, si bien no exculpa al asesino, si lo convierte en un sangriento samaritano, que mira tú por dónde no era tan malo; casi un mártir, de hecho, aunque también un letal y metódico serial killer. En suma, una convencional y mediocre, pero sobretodo muy efectista mezcla del televisivo El mentalista y la reverencial El silencio de los corderos (¿recuerdan que el FBI ya le pidió ayuda a Hopkins/Lecter para meterse en la mente del asesino?).